Cuando se disponía a salir de la librería vio entrar a un hombre vestido con una chaqueta deshilachada, la barba salpicada de saliva escarchada y la frente marcada por varias contusiones antiguas, reblandecidas y despellejadas. Los presentes se tornaron inmóviles, cuidando de mantenerse fuera de la zona de posible infección. El hombre buscó alguien a quien dirigirse. La sala era grande y luminosa, llena de figuras congeladas que desviaban la mirada. En la calle, rugía el tráfico. El tipo llevaba una de las perneras del pantalón remetida bajo una vieja bota de goma; la otra colgaba hecha jirones. Del entresuelo acudió un guardia de seguridad y el hombre alzó ambas manos en gesto de explicación.
-He venido a firmar mis libros -dijo.
(Don DeLillo, Mao II, Seix Barral 2008, 319 pág.)
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