
¿Qué ocurre, agente?, dijo.
¿Quiere hacer el favor de bajarse del vehículo?
El hombre abrió la puerta y salió del coche. ¿De qué se trata?, dijo.
Apártese del vehículo, por favor.
El hombre obedeció. Chigurh distinguió la sombra del recelo en sus ojos ante aquel individuo manchado de sangre, pero ya era tarde. Puso la mano sobre la cabeza del hombre como un curandero. El silbido neumático y el clic del percutor sonaron como una puerta la cerrarse. El hombre cayó al suelo sin emitir sonido alguno. Tenía un agujero redondo en la frente del que salía sangre a borbotones, sangre que le entró en los ojos llevándose consigo el mundo visible que se desgajaba lentamente. Chigurh se limpió la mano con su pañuelo. No quería que ensuciaras el coche de sangre, dijo.
(Cormac McCarthy, No es país para viejos, Literatura Mondadori 2006, 242 páginas)
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