4/6/17

La Facción del Ejército Rojo

Este texto apareció en Iniciativa Comunista. Lo he reproducido íntegramente añadiendo fotos y simplificando alguna metáfora que me pareció especialmente retorcida. No he incluido las notas a pie de página pero en el original omitieron los números de llamada en el texto. He respetado el uso del femenino inclusivo. Por lo demás, me he limitado a un trabajo de corrección de estilo. Que lo disfruten.

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 La RAF (Rote Armee Fraktion, Facción del Ejército Rojo) fue una organización armada revolucionaria que se formó en 1970 en la Alemania Federal cuando un pequeño grupo de revolucionarias saltaron a la clandestinidad para llevar a cabo acciones armadas contra objetivos imperialistas alemanes y estadounidenses. Operó durante 28 años hasta su disolución en 1998, después de un largo periodo de vaivenes de actividad intermitente. Como tratar de aprisionar casi tres décadas de historia en un puñado de páginas es una tarea totalmente inabarcable, trataremos de centrarnos exclusivamente en la llamada “primera generación” de las RAF, es decir, la década de los 60 (APO, Oposición extraparlamentaria) y parte de la década de los 70, hasta el llamado “Otoño alemán” en 1977, año del asesinato de Ensslin, Baader y Raspe en la prisión de Stammheim.

En este texto no nos proponemos simplemente una tarea de reconstrucción historiográfica de los hechos y acciones que acontecieron en estos años (esto puede encontrarse con relativa facilidad) sino un análisis político e ideológico de las acciones, tácticas y estrategias, decisiones y escritos teóricos de la organización, un análisis que permita arrojar algo de luz sobre los aciertos y errores de esta lucha revolucionaria dentro de un centro imperialista. Huelga decir que el debate de apoyar/condenar debe quedar aquí al margen, nuestra intención es llevar a cabo un análisis científico y no moralista. El balance realizado debe contribuir a exponer las deficiencias y los aciertos de esta táctica para la consecución del objetivo revolucionario de las comunistas: la revolución y el socialismo, ni la dulcificación ni la indignación moral son aquí útiles para plantear esto.

Metodológicamente, el texto se dividirá en tres partes: una parte más historiográfica de contextualización del momento y de los procesos sociales y políticos (en la que cabrá una pequeña reconstrucción de las fechas importantes en la evolución de la organización), una parte más teórica de análisis de documentos, tácticas y acciones, y una tercera parte más de balance y valoración de los objetivos logrados.
I: Concreto
«La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en el que vivimos es sin duda la regla. Así debemos llegar a una concepción de la historia que le corresponda enteramente. Será nuestra tarea, entonces, promover el verdadero estado de excepción y, a través de ello, posicionarnos mejor en la lucha contra el fascismo».
Walter Benjamin, Tesis sobre el concepto de historia (1940)
En 1945, justo recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, se celebra la Conferencia de Postdam, que tiene como resultado la partición del territorio alemán en cuatro zonas de ocupación (francesa, británica, estadounidense, soviética). Un año después las tres primeras zonas se combinan en la llamada Trizonia y será en 1949 cuando se constituya formalmente la República Federal Alemana (RFA) o Alemania Occidental. Desde su fundación Alemania Federal se convierte en un país intervenido económica, política y militarmente por Estados Unidos y el bloque occidental. Tanto a nivel de alianzas y política exterior como de producción y política interior, Alemania Federal se convierte en un estado subsidiario: el caso paradigmático es el llamado “milagro económico alemán” (Wirtschaftswunder), en el que los flujos de plusvalía imperialista se utilizan para reconvertir una economía orientada hacia la guerra y privatizar sectores estratégicos que estaban en manos del Estado (precisamente la industria automotriz se convierte en símbolo de este artificioso auge económico). A finales de la década de los 50 Alemania Federal ha recuperado su posición hegemónica dentro del bloque imperialista específicamente europeo, su economía iguala la fuerza y estabilidad que tenía antes del 39 y antes del 14. En este contexto económico de recuperación y bonanza (la tasa de inversión extranjera aumenta de un 19,1% en 1950 a un 26,5% en 1965, lo que nos dará una muestra del carácter de la economía alemana), en este contexto de inyecciones de capital y de amenaza de la inflación, estos flujos imperialistas podían ser reconducidos hacia la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos de los centros imperialistas: en este sentido, se comienza a edificar el Estado del Bienestar, articulado, entre otras cosas, por asistencia social e incentivos de pleno empleo. Alemania Federal desarrolla lo que posteriormente se denominaría una economía social de mercado o “tercera vía” (Müller-Armack), gracias al balance positivo del intercambio de plusvalía mundial; una economía basada en el bienestarismo, la provisión de servicios por parte del Estado y la titularidad privada de los medios de producción. Una cita del informe del Departamento de Defensa de los EEUU How to fight communism, fechado el 25 de marzo de 1948, nos dará la perspectiva necesaria para entender la naturaleza última y los propósitos de este Estado del bienestar: 
El destino del plan Marshall determinará quién saldrá victorioso en el conflicto ideológico democracia/totalitarismo. A no ser que los alemanes logren obtener un alimento y una vivienda decentes, ni las palabras más sofisticadas sobre el beneficio de la democracia ni la represión más descarnada les prevendrá de tornarse comunistas.
El estado federal era un monstruo por hibridación entre un pasado con el que no se había roto y un presente que intentaba presentarse como novedoso y rupturista: instituciones, legislaciones e incluso el personal del periodo nazi seguía persistiendo; otras instituciones habían sido incorporadas por el gobierno de EEUU en aras de producir una impresión de “renovación democrática”. En cuanto a la política internacional, fuertemente marcada por la Guerra Fría y el anticomunismo, la RFA no pasaba de ser un mero aliado subalterno de la potencia estadounidense. Su pertenencia al bloque imperialista iba ligada con el apoyo de toda guerra y ocupación librada por el imperialismo en cualquier parte del mundo: la guerra de Vietnam (1955-1975) será totalmente central en el análisis que nos ocupa. Es totalmente imposible entender el nacimiento y crecimiento de grupos de lucha armada y en general de la llamada “nueva izquierda” en los últimos años 60 y principios de los 70 en la RFA sin entender antes el rol central que este país jugó en el sistema imperialista internacional, guiado por la estrategia anticomunista que EEUU desarrolla en el periodo post 2GM (por supuesto, tomando como punto de referencia la doctrina Truman). Este rol central se basaba en el apoyo financiero y militar de todos los regímenes anticomunistas que se edificaban alrededor del mundo para frenar los movimientos de liberación nacional, en el apoyo logístico de las intervenciones estadounidenses y en el establecimiento de relaciones neocoloniales en antiguas colonias en favor de Occidente.

En este contexto la izquierda alemana se ve obligada por el propio estado federal a plantear la lucha desde un afuera institucional: el KPD sería declarado un partido ilegal en 1956 a pesar de su tremendo esfuerzo por institucionalizarse e integrarse en el régimen (su deriva socialdemócrata le había llevado a distanciarse de toda política revolucionaria y a condenar desvergonzadamente la lucha antiimperialista). Esta deriva socialdemócrata, unida a un intento de distanciarse de las políticas del bloque socialista y de Alemania Democrática, provocó el declive del ya inofensivo KPD: en 1945 tenían 130.000 militantes y en 1956, año de su ilegalización, la cifra era de 70.000. El Estado alemán había declarado ilegal un partido que había claudicado ante la lógica burguesa y que no presentaba ninguna amenaza para el statu quo. Militantes e incluso familiares de militantes y simpatizantes fueron arrestados tras la ilegalización. Dos años antes, la Corte suprema de justicia alemana había declarado “traición” las manifestaciones, huelgas y mítines políticos. En 1963, apenas un lustro antes de la primera acción política de las RAF, 10.322 personas fueron denunciadas y llevadas a juicio acusadas de traición y ofensas al estado alemán. Estas estadísticas nos llevan a entender el carácter outsider, el carácter underground que presenta la escena revolucionaria en las décadas de los 60 y 70 en la Alemania occidental. La vía institucional está totalmente vedada para la acción política.

En esta coyuntura política es en la que un grupo de estudiantes universitarios, influidos por todo el movimiento contracultural hippie y el particular “marxismo” del Instituto de investigación social de Frankfurt (IfS, encarnado sobre todo en Marcuse), se organizan para cuestionarse tanto el sistema económico capitalista como la misma naturaleza de la sociedad (y sus mecanismos de dominación en fábrica, familia y escuela). De esta forma nace en 1966 la Oposición Extraparlamentaria (Außerparlamentarische Opposition, en adelante APO), de la que Rudi Dutschke sería la cabeza más visible. El 2 de junio de 1967 el Shah de Persia visitaría Alemania Federal (dos años antes Alemania había recibido la visita de Moise Tschombe, responsable del asesinato de Patrice Lumumba: las visitas de dirigentes de sanguinarios regímenes títeres de EEUU eran bastante comunes). Esta visita desencadenaría una manifestación de protesta a las puertas de la Ópera de Berlín oeste: los manifestantes comenzaron a lanzar tomates contra la policía, en palabras de Ulrike Meinhof en konkret, «a falta de otros proyectiles». La policía respondió con una represión brutal que desencadenó el asesinato a balazos de un estudiante de la Asociación Evangélica, el joven de 27 años Benno Ohnesorg. El policía responsable de los disparos sería absuelto de todos los cargos en dos juicios posteriores. La fecha del 2 de junio quedaría grabada a fuego en todos los jóvenes combativos alemanes hasta tal punto que sirvió como nombre para el grupo anarquista de inspiración tupamara Movimiento 2 de Junio (M2J).

Con el incremento de la represión y la criminalización de las protestas (el atentado que un joven neonazi perpetra contra Dutschke en 1968 es consecuencia directa de esto), unido a la coyuntura internacional (la cruenta ofensiva de Israel sobre Egipto en la Guerra de los Seis Días cuenta con el apoyo del bloque imperialista) solo era cuestión de tiempo que las protestas se radicalizaran y en los disturbios se abriera la posibilidad de la lucha armada. De nuevo, Ulrike Meinhof pondría las palabras necesarias a esta radicalización con su artículo De la protesta a la resistencia (1968): «protestar es cuando digo que no me gusta esto. Resistir es cuando pongo fin a aquello que no me gusta». Gudrun Ensslin, cofundadora y dirigente de las RAF, afirmaría sobre la actitud que adoptar con el Estado alemán que «no se puede razonar con quienes crearon Auschwitz». Aunque la mayor parte de la táctica de la APO continuó desarrollándose en el marco legal, una pequeña sección se aglutinó en torno del grupo K.1 Commune para desarrollar acciones que atentaban contra la legalidad burguesa como ataques con molotovs a establecimientos y el robo de bancos. Esta guerrilla se sumaría a otros grupos como Tupamaros-Berlín Occidental, que acabaría convirtiéndose en el citado M2J, de tendencia anarquista pero fuertemente influenciado por Mao, Lenin y la izquierda occidental académica (especialmente Marcuse y Poulantzas). Ensslin, Baader, Proll y Söhnlein serían detenidos el 5 de abril de 1968 por un ataque nocturno a dos centros comerciales en Frankfurt provocando un destrozo de unos 200.000€. Esta sería la primera acción política de la RAF. Tomar grandes almacenes y centros comerciales como objetivos de las acciones era algo común para los grupos guerrilleros de izquierdas. En estas grandes superficies la ideología consumista había sido utilizada como forma de taponar la historia y supurar un pasado oscuro que se quería olvidar (marcado sobre todo por el genocidio nazi, sobre el que el Estado alemán impuso un “borrón y cuenta nueva”); esa ideología que borraba el pasado mediante el presente de la novedad continua y la moda, cristalizaba allí con todas sus fuerzas. Los análisis de Debord en La sociedad del espectáculo estaban muy presentes. Si este afirmaba que el espectáculo solo expresa el deseo de la sociedad de dormir, la guerrilla buscaba en las explosiones de las bombas de petróleo la forma de hacerla despertar. Parafraseando a Bertolt Brecht, Fritz Teufel, miembro del K.1, diría sobre el ataque que «siempre es mejor prender fuego a un gran almacén que dirigirlo». Poco después de esta acción, la RAF rompe relaciones de forma fulminante con el K.1 debido al machismo presente en esta organización (un machismo amparado en la llamada revolución sexual) y se declara una guerrilla marxista-leninista con un modelo centralizado. Aun así, mantendrá el contacto y la estrecha colaboración con el grupo anarquista M2J hasta la absorción de este último en las RAF a principios de los ochenta.

Tras un incumplimiento de la condicional, la detención y liberación a tiros de Baader en 1970 (en la que Meinhof es parte clave) y un viaje a Jordania en el que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) proporciona entrenamiento militar, la RAF comienza a tener un funcionamiento activo en la clandestinidad: la idea de que no hay vuelta atrás se plasma en Andreas Baader enviando a la policía su nombre y huella dactilar. Comienza la campaña de criminalización y represión más larga y brutal de la historia post IIGM de Alemania. La RAF es declarada «enemigo público número uno del Estado», se suceden los atentados y secuestros de falsa bandera y se intenta generar un clima general de miedo para vender que el Estado alemán está en guerra. Todos estos esfuerzos son infructuosos, el apoyo a las RAF no deja de aumentar y cada vez más parte de la juventud comienza a nutrir sus filas. Una encuesta en 1971 reveló que el 20% de los jóvenes sentía una profunda simpatía por las RAF, que el 45% de la población veía sus acciones violentas como “políticas” y no criminales y que uno de cada diez habitantes de la Alemania Federal ocultaría en su propias casa a algún miembro fugitivo de las RAF que estuviera buscado por la policía. El hermano de Gudrun Ensslin, dirigente de la organización, hablaba de esta simpatía como de una «atmósfera de Robin Hood». En abril de 1971 vería la luz el escrito teórico de las RAF El concepto de guerrilla urbana (que será analizado en la segunda parte de este trabajo), con una fuerte influencia del Mini-manual del guerrillero urbano (1969) del comunista brasileño Carlos Marighella. El ejército rojo se va construyendo lentamente, forjado a base de enfrentamientos con la policía (el grupo especial parapolicial Aktion Kora, creado para combatir a las RAF, asesina a tiros a Petra Schelm en 1971 y a Thomas Weissbecker en 1972) y a base de ataques en represalia por los asesinatos (contra comisarías, la sede del periódico Springer – con una advertencia de bomba para desalojar el edificio que fue desoída – y bases norteamericanas). Además, la actividad teórica de las RAF en esta época es frenética y ya jamás volvería a recuperar esta fuerza: en abril de 1972, justo un año después de su primer escrito teórico, se distribuye Servir al pueblo (la influencia maoísta ya se deja entrever desde el mismo título), texto que también será analizado en este trabajo.

Lo que más característicamente puede definir los ataques, acciones y atentados de las RAF es su motivación antiimperialista. En el ataque a la base estadounidense U.S. Army V Corps, un capitán que acababa de volver de Vietnam lo describió a la perfección: «esperábamos cosas como estas en Saigón, no aquí en Alemania». Precisamente la determinación de trasladar la barbarie que ocurre lejos, en las periferias imperialistas, a casa, a los centros imperialistas, es la motivación principal para la RAF. En palabras de nuevo de Meinhof, «trasladar la violencia a la puerta de casa de los poderosos». La intensificación de la presión parapolicial daría sus frutos: en 15 días (del 1 al 15 de junio de 1972) sería arrestada la cara más visible de la organización (primero Baader, Meins y Raspe, a quienes se sumarían Ensslin y Meinhof). El triunfalismo del Estado alemán llenaba titulares hablando del fin de la RAF, pero no podían estar más equivocados.

Detrás de los barrotes de la prisión, la solidaridad y los vínculos internacionales con los grupos antiimperialistas continúa: la RAF tiene claro que el frente de batalla está entre las metrópolis y las periferias, entre los países imperialistas y los países imperializados (el llamado Tercer Mundo). En su concepción, son los habitantes de las periferias y no los de los centros quienes están llamados a llevar a cabo la revolución proletaria mundial y a terminar con el sistema de intercambio imperialista saqueador de plusvalía. Los combatientes de la RAF se ven a sí mismos únicamente como partisanos «que operan tras las líneas enemigas». Por ello, todas sus acciones siempre van encaminadas hacia el apoyo de las luchas antiimperialistas de liberación: el caso más claro en la historia de las RAF es el de Septiembre Negro, la organización palestina que en 1972 lleva a cabo el desesperado y fallido secuestro de un Boeing 727 de Lufthansa que transportaba atletas israelíes para las olimpiadas de Múnich. Los contactos que la RAF mantiene con este grupo le permiten un desarrollo teórico importante a la hora de concretar y unir conceptos como imperialismo, aristocracia obrera o para plantear la base subjetiva que opera detrás de una revuelta en la metrópoli: el texto de noviembre de 1972 de las RAF La acción de Septiembre Negro en Múnich: sobre la estrategia de la lucha antiimperialista analizará cuestiones geopolíticas (gas natural argelino, petróleo del Mar del Norte) y planteará la relación quebrada entre la clase obrera alemana y las luchas de liberación antiimperialista. En este sentido se comienza a hablar de lucha psicológica contra los obreros de los centros imperialistas para que no puedan identificarse de ninguna manera con los combatientes de las periferias. Lograr desarticular esta ofensiva psicológica para que los habitantes de la metrópoli vean en los combatientes árabes muertos la esperanza objetiva de su propia liberación se convierte en la prioridad de la RAF. El texto termina con una emotiva despedida que parafrasea el conocido texto de Mao Servir al pueblo (1944): «las muertes de los camaradas árabes son tan pesadas como el monte Tai».

Los siguientes años estarían marcados por la prisión y el intento del Estado de romper psicológicamente la RAF: el desquiciante régimen de aislamiento (celdas insonoras pintadas de blanco luminoso con una luz de neón encendida veinticuatro horas al día), la alimentación forzosa durante las huelgas de hambre (Margrit Schiller describía la intubación como «ser violada»), la persecución y detención de los abogados de la organización (el caso de Klauss Croissant fue tan escandaloso que incluso provocó la denuncia de alguien como Michel Foucault) y la privación sensorial eran las armas utilizadas para humillar y literalmente destruir las conciencias de las presas de las RAF. Los Comités contra la Tortura (Komitees gegen Folter, KgF) comenzarían una campaña de denuncia de la represión del Estado, represión que tendría consecuencias muy reales: Katharina Hammerschmidt moriría de cáncer tras ser negado su tratamiento y Holger Meins sería asesinado al ser alimentado forzosamente con una dosis cada vez menor de calorías (de 800 a 400 diarias) en la huelga de hambre de 1974. En el funeral de Meins en Mannheim, el líder de la APO Rudi Dutschke diría junto al féretro su famosa frase: «Holger, la lucha sigue». Esta muerte tiene como reacción inmediata el intento de secuestro y posterior asesinato del presidente de la Corte Suprema de Berlín occidental a manos del M2J y llevaría la lucha armada a un nuevo nivel. En 1975, el canciller Helmut Schmitt, entre aplausos, afirmaría en el Parlamento alemán la voluntad de «ir más allá de los límites de la democracia para protegerla». Baader, entre rejas, alienta a los miembros de las RAF que siguen fuera a «tomar la iniciativa». La segunda generación de las RAF está lista para luchar: en abril un fallido intento de secuestro en la embajada de Berlín occidental en Estocolmo, poco antes el secuestro e intercambio del candidato a la alcaldía por el CDU Peter Lorenz (a manos del M2J). El 13 de enero de 1976 comienza el llamado «juicio del siglo» en Stammhein en el que Meinhoff, Ensslin, Baader y Raspe son acusados, entre otras cosas, de cuatro homicidios, 54 intentos y asociación criminal. La táctica de los abogados de la RAF cambia a partir de este juicio: debido a que las acciones de los presos estuvieron encuadradas en solidaridad con los movimientos anticoloniales y, especialmente, en el contexto de la guerra de Vietnam, estos exigen ser tratados como prisioneros de guerra y que se les aplique la Convención de Ginebra. El 9 de mayo el Estado anuncia que Ulrike Meinhof se ha quitado la vida en prisión. Sólo unos días antes, la propia Meinhof había afirmado durante el juicio: «en un conflicto militar como este, los revolucionarios en prisión serán ejecutados» (es decir, la campaña de guerra psicológica incluye actos como asesinatos) y también había manifestado que no tenía ninguna voluntad de quitarse la vida. Este asesinato desencadena una fuerte ola de protestas de rabia (incluyendo el ataque con explosivos en Roma, Sevilla o Zúrich) que terminarían por apagarse sin lograr ningún objetivo. El Estado alemán había fracasado totalmente en su táctica de aislar a la RAF del resto de la izquierda alemana: los sectores combativos organizados en la clandestinidad tras el colapso de la APO continuaban mostrando su apoyo a las RAF; obviamente, todos excepto los llamados “grupos K”, herederos de K1, que a sus posiciones misóginas y machistas habían sumado ahora un chauvinismo alemán al equiparar el imperialismo estadounidense con un imperialismo soviético o “socialimperialismo” («Alemania para los alemanes» era su consigna), posición que chocaba frontalmente con las posiciones de las RAF sobre aristocracia obrera y el carácter opresor e imperialista de Alemania Occidental. Las Células Revolucionarias (RZ) comenzarían una campaña de bombardeos en apoyo a los presos de las RAF y, más tarde, tras un desencanto, decidirían que la mejor forma de servir al antiimperialismo era unirse a comandos que operaban en la periferia (actuaron en Yemen del Sur bajo la dirección del FPLP). Este desencanto tuvo que ver con el cambio de táctica de los abogados de las RAF (exigiendo la aplicación de la Convención de Ginebra). En este, las RZ verían una claudicación ante la justicia burguesa y una traición a sus camaradas que estaban fuera, crítica que sería respondida duramente por las RAF (la acusación de izquierdismo orbita en toda la carta de contestación de Monika Berberich). También el movimiento por la emancipación de las mujeres entra en un periodo de avance frenético: Rote Zora comienza a llevar una «política armada feminista» para la consecución de uno de sus objetivos centrales, la despenalización del aborto, una política armada que incluía explosivos, secuestro de jueces antiabortistas o palizas a maltratadores. También, ya actuando más en el marco de la legalidad, podemos destacar la lucha ecologista, que se centraba en protestas por el cierre de plantas de energía nuclear. En este contexto, no es difícil ver que la RAF no estaba en absoluto aislada del resto de la izquierda sino que la Alemania Federal en la década de los setenta era un polvorín.

Sin ninguna duda este polvorín cristaliza en el conocido como «Otoño alemán» (1977): tras las respuestas al asesinato de Meinhof (el fiscal general Buback, responsable del régimen de aislamiento, es asesinado en abril, el empresario vinculado al apartheid sudafricano Pronto en julio), la guerrilla sabía que el siguiente movimiento del Estado sería asesinar a Ensslin, Baader y Raspe y se movilizó para evitarlo: el más poderoso hombre de negocios de Alemania Occidental, Hanns Martin Schleyer (veterano de la SS y perfecto símbolo de la modélica integración de los cuadros nazis en la estructura de poder alemana post IIGM), era secuestrado en septiembre para exigir la liberación de los presos. La respuesta del Estado fue incomunicar totalmente a los presos y separarlos de nuevo (las huelgas de hambre habían logrado que pudieran convivir en lugares comunes). El 13 de octubre, con las negociaciones suspendidas, un comando del FPLP secuestra un avión de Lufthansa de recorrido Mallorca – Frankfurt con 90 rehenes y exige la liberación inmediata de los presos de las RAF y de dos palestinos secuestrados en Turquía. Cuatro días después, tras varias escalas en Chipre, Bahrein, Dubai y Mogadiscio y tres ultimátum de los secuestradores cumplidos, la policía asalta el avión asesinando a los miembros del comando. Un día después, el Estado anuncia las muertes de Ensslin, Baader, Raspe y el estado crítico de Möller, y habla de «pacto de suicidio colectivo». Schleyer es ejecutado como respuesta y su cadáver entregado a la policía en el maletero de un coche.

Estos asesinatos provocan una oleada de rabia e indignación en toda la izquierda europea. Las Brigadas Rojas en Italia atentan contra el demócrata cristiano Carlo Arienti, en Francia se ocupa Libération como presión para investigar las muertes de Stammheim, revueltas en Atenas, Holanda, Turquía se sucedían. La RAF no volvería a tener ya el impulso de los 70 y continuaría con su táctica de acciones aisladas, cada vez más intermitentes hasta su disolución final. Su fuerza de movilización había sido mortalmente dañada tras 1977. Los asesinatos en Stammheim habían cumplido su objetivo y el miedo a la represión del Estado había crecido intensamente. Una nueva escena autonomista, que había sacado su inspiración directamente del autonomismo italiano, comienza a hacerse fuerte trasladando a la izquierda alemana del maoísmo clandestino a la legalidad burguesa (integrándose en el reciente Partido Verde, Die Grünen) y casi todos los intelectuales izquierdistas (desde Dutschke hasta Marcuse) comienzan a condenar la lucha armada y denunciar «los errados métodos» de la RAF. Era momento de repliegue, de reagruparse y de entrenar nuevos cuadros. Las RAF sobrevivieron a los soplos devastadores de los últimos 70 y sus siguientes generaciones estaban listas para entrar en juego. Pero ya jamás lograrían recuperar la base social que poseían al inicio de esta década.

 II: Abstracto
«El ejército debe fundirse con el pueblo, de suerte que éste vea en él su propio ejército. Un ejército así será invencible».
Mao Zedong, Sobre la guerra prolongada (1938).

II.A: «El concepto de guerrilla urbana» (1971)
1971 es, probablemente, el año de mayor apogeo de la RAF. Sus acciones están en el centro de la escena política izquierdista de Alemania Occidental, Baader ha sido liberado por la organización con la colaboración de Meinhof y la estructura comienza a funcionar en la clandestinidad. Es pues el momento de definir el modelo organizativo que se va a seguir, es momento de definir el espacio que se va a ocupar y la relación con el resto de organizaciones (tanto en el marco de la legalidad como en el de la clandestinidad): ya solo la cita de Mao con la que el manifiesto abre, «debemos dibujar una línea clara de separación entre nosotros y el enemigo», da cuenta de esto. Es momento de definir la política de la organización, los métodos de actuación y los objetivos. De ahí la necesidad de este extenso texto teórico que, posteriormente, se vería como una especie de documento fundacional.

El primer punto de demarcación que plantea es con el movimiento de los estudiantes articulado por la APO. Esta organización estudiantil nunca llega a tener un debate serio sobre las acciones ilegales que le lleve a posicionarse de forma inequívoca: siempre está orbitando en los límites de la legalidad burguesa. Además, la transformación sesentayochista de la subjetividad revolucionaria (Marcuse había afirmado que ya no era el proletariado sino el estudiantado el sujeto llamado a hacer la revolución) había influido mucho en la APO. La RAF, pese a que nunca rompe del todo con esta desviación y sigue manteniendo como referentes teóricos a Débray o la propia Escuela de Frankfurt, sí que se opone radicalmente a esta transformación de la subjetividad revolucionaria, cuestión central en el marxismo: las universidades están controladas por el capital, toda manifestación cultural y política que provenga de ese espacio estará marcada, en mayor o menor medida, por esta realidad. La subjetividad revolucionaria no puede dejar de ser la propia clase obrera que lucha, traficar con ese principio del marxismo es traficar con la teoría de la revolución.

Precisamente la idea de que el sujeto llamado a hacer la revolución es el proletariado organizado y no una organización clandestina de lucha armada es el punto de atracción de este escrito teórico. La RAF afirmará que la lucha armada no puede igualarse mecánicamente a la lucha de clases y para realizar este paso introduce una mediación que justifica su línea de acción política. Por ser probablemente el párrafo central del escrito nos vemos obligadas a reproducirlo completamente:
No estamos diciendo que los grupos de resistencia armada puedan reemplazar las organizaciones proletarias, que las acciones aisladas puedan reemplazar la lucha de clases, o que la lucha armada pueda reemplazar el trabajo político en fábricas y barrios. Lo que estamos afirmando es que la lucha armada es una precondición necesaria para el posterior éxito y progreso […] que sin ella no hay lucha antiimperialista en la metrópoli.
En este párrafo se ve claramente la concepción que la RAF tiene de la lucha armada: en ningún momento se plantea como tarea la organización política del proletariado, sino que considera que existe un paso previo, unas tareas que hay que desarrollar antes de la constitución de un Partido Comunista en un centro imperialista. Y precisamente estas tareas tienen absolutamente todo que ver con el carácter imperialista del Estado donde se quiere trabajar. Este paso previo consiste en la aplicación de la lucha armada, consiste en «traer la violencia a casa», como previamente afirmamos con Meinhof. Si el proletariado alemán no es consciente del carácter profundamente imperialista del Estado en el que vive jamás podrá organizarse para derribarlo y construir la revolución comunista; como máximo podrá aspirar a una revolución chauvinista, nacionalista e imperialista; una revolución parcial que deje intactas las estructuras globales de intercambio de plusvalía, que deje intacto el sistema imperialista mundial; un simple lavado de cara al capitalismo monopolista. Visibilizar lo que ocurre a diario en Saigón o los territorios ocupados de Palestina, y hacerlo en el mismo corazón de Berlín, se convierte en una tarea necesaria y previa para la organización del proletariado.

Algo que llama la atención al leer el párrafo es que la RAF está renunciando explícitamente a la función de vanguardia del proletariado: trazando un plan lineal y bastante mecánico está posponiendo el momento de organizar a la clase revolucionaria en el Partido, único órgano con el que podrá llevar a cabo su tarea histórica. La RAF tiene definido desde el principio su plan: conoce su función, que no es organizar al proletariado sino «encender la mecha», mostrar la barbarie imperialista. Se trata de una función en negativo, la función de derribar ese velo que el imperialismo ha levantado entre metrópolis imperialistas y periferias imperializadas. Pese a que la base social es creciente la RAF mantiene esa táctica hasta llegar a estancarse. En ningún momento se ven como un destacamento revolucionario (no llegan a construir un ejército popular, formado por el proletariado) sino como unas «fuerzas especiales», agentes dobles, «partisanos tras las líneas enemigas». Implícitamente esta táctica presupone la pérdida de esperanza en una revolución socialista dentro de un centro imperialista: toda esperanza revolucionaria sólo puede hallarse en las periferias imperialistas (conclusión tremendamente desoladora pero que no parece tan desorbitada si se recurre al análisis de la experiencia histórica). Parece que la tarea de la RAF no es organizar al proletariado alemán para llevar a cabo una revolución que, unida a la revolución en la periferia, logre tumbar el sistema imperialista. Parece que la tarea es convertir al proletariado alemán a la «neutralidad benévola» en términos leninistas, es decir, hacerle comprender a este que el sistema imperialista debe caer aunque no les corresponda a ellos derribarlo. En los próximos años, esta ambigüedad (recordemos que aquí todavía se habla de la lucha armada como de «precondición necesaria» de la lucha de clases en los centros imperialistas) se hará más clara. Las dos líneas en la RAF a la hora de entender la función del proletariado imperialista (aliado neutral o participante activo) se irán dibujando.

La RAF tiene claro que el enemigo es único para proletarios del centro y proletarios de la periferia: dentro y fuera el enemigo es el sistema imperialista y es esta estructura la que debe ser derribada. El objetivo principal del imperialismo es levantar este velo del que hablábamos, lograr explotar para su propio beneficio las contradicciones (por cierto, existentes) entre el proletariado del centro, beneficiario de la plusvalía imperialista, y el proletariado de la periferia. El proletariado del centro imperialista comenzará a ver sus privilegios como fruto de su propio trabajo (en este sentido muchos teóricos como Bettelheim han errado con consecuencias políticas gravísimas al hablar de la alta productividad y especialización de los obreros occidentales frente a la baja productividad de los de la periferia) en vez de reconocerse como capa beneficiaria del sistema imperialista mundial; de esta forma, desvinculará su lucha de la lucha antiimperialista y jamás logrará sus objetivos políticos más inmediatos (puesto que los objetivos políticos del proletariado del centro están vinculados con los del proletariado periférico). Es en la unidad de lucha entre proletarios de afuera y proletarios de dentro (con el consiguiente autorreconocimiento de privilegio de estos últimos) donde puede darse la única posibilidad de la revolución comunista, y todo proyecto que obvie esto jamás puede ser internacionalista. El enemigo sigue siendo el enemigo, sea su opresión descarnada o pintada de colores cálidos y amables, los imperialistas siguen siendo «los mismos tigres de papel», como afirma la RAF en términos maoístas.

También en términos netamente maoístas defenderá «la primacía de la práctica», entendiendo por práctica la acción política revolucionaria, la actuación sobre la realidad material para transformarla en unidad con una teoría también revolucionaria. «Sin práctica política, leer El capital no es más que un estudio burgués»: de esta forma se echan cuentas con la institucionalización del marxismo que supuso toda la corriente de Frankfurt, con aquellos que separaron a Marx de la tradición revolucionaria comunista para encerrarle en facultades, lugares donde los sesudos debates no tienen ninguna repercusión política real. La primacía de la práctica es la primacía de la práctica revolucionaria y no la primacía de cualquier práctica: en ese sentido, la RAF afirma oponerse también a un economicismo «que malgasta fuerzas» y que busca en todo momento adaptarse a las variaciones del capital en vez de transformar el statu quo. Este reformismo se conforma con mejoras puntuales de aspectos aislados y abandona la lucha por la revolución comunista: utilizando esta definición de reformismo, podemos encuadrar aquí las acciones de la RAF durante los años previos a los asesinatos de Stammheim, cuando las exigencias que se ponían como condición para el cese de estas mismas acciones no pasaban de ser puntuales (liberación de las presas, aplicación de la convención de Ginebra). En estos años la RAF se pone como meta la liberación de Ensslin, Baader, Meinhof, Raspe y el resto de presas, abandonando objetivos más amplios y con mayor vinculación con la clase obrera. Para estos objetivos parciales las organizaciones revolucionarias que operaban en la RFA durante la segunda mitad de los 70 consumieron la mayor parte de sus fuerzas. En este mismo texto podemos encontrar una cita, totalmente acertada, que cruelmente se volvió contra las organizaciones revolucionarias como Septiembre Negro, M2J o la misma RAF: «si es incorrecto desmoralizar las fuerzas revolucionarias subestimándolas, es igualmente incorrecto empujarlas a una confrontación dirigida a la derrota». Tanto desmoralizar como sacrificar inútilmente las fuerzas revolucionarias (con el componente de desesperación que estas acciones suelen conllevar) son dos errores que cuestan muy caro en la lucha de clases.

Ya entrando en las últimas partes del escrito, la RAF justifica la elección del método de guerrilla urbana como táctica para la consecución de sus objetivos políticos. La influencia que el método de la guerra de guerrillas y el foquismo guevarista tienen en la RAF es difícilmente exagerable. Recordemos que sólo dos años antes Carlos Marighella había escrito su Mini-manual de la guerrilla urbana (1969), en el que traza un plan de actuación revolucionaria en espacios con un núcleo de población muy definido y en una correlación muy negativa de fuerzas. Precisamente la RAF define la guerrilla urbana como «método de intervención revolucionaria con fuerzas débiles». Se trata de lograr el mayor grado de incidencia sobre la realidad con un número muy reducido de fuerzas, de plantear batalla en condiciones muy adversas para lograr quebrar el aura de invencibilidad de un enemigo mucho más fuerte. Las críticas a este comunicado de la RAF (del nivel de “Brasil no es Alemania Federal”, “el grado de represión no puede equipararse”, etc.) no se hicieron esperar y serían contestadas en Servir al pueblo. Se trata, para las RAF, de destruir el mito de la omnipotencia e invulnerabilidad del Estado burgués, de traer el verdadero estado de excepción, en la terminología de Walter Benjamin, contra la soberanía en términos de Carl Schmitt, de dar respuesta a la violencia del Estado utilizando sus propias armas. Para ello, los oprimidos, a la hora de «promover ese verdadero estado de excepción» contra la norma burguesa, solo pueden confiar en su propia tradición de lucha, esta tradición de lucha que ha sido sepultada por la historia oficial y solo queda un «hilo rojo» que seguir: este es el sentido de la consigna del Black Panther «trust your own experience!», del apellido ‘X’ como muestra de una herencia perdida o, mejor dicho, robada.

El último punto central en el análisis de El concepto de guerrilla urbana puede parecer, a simple vista, demasiado obvio: la dialéctica entre legalidad e ilegalidad. Siguiendo las enseñanzas de la tradición del materialismo dialéctico, el marco de la legalidad es una coyuntura histórica que a su vez depende de la correlación de fuerzas en la lucha de clases, es decir, es una cuestión de poder. Las organizaciones socialdemócratas (por supuesto, tomando el KPD como exponente más claro de estas) se mueven en un «fetichismo de la legalidad», tienen un miedo absoluto a traspasar el marco de la legalidad burguesa porque temen la represión y las consecuencias. Estas organizaciones legales, en el contexto social y político del anticomunismo, la persecución política y el imperialismo, lo único que hacen, en palabras de la RAF, es «esperar pacientemente a ser prohibidos». En vez de esperar a que el Estado burgués tome la iniciativa a la hora de perseguir a los militantes, lo más lógico y consecuente con el marxismo es afirmar que las condiciones de la legalidad se transforman y varían con el incremento de la resistencia activa y la lucha de clases, y no temer a la clandestinidad ni temer superar el plano de la legalidad burguesa en un contexto político tan represivo. El fetichismo de la legalidad es kamikaze cuando el propio marco de la legalidad está sometido al desarrollo de la lucha de clases; estancarse en la legalidad de un momento histórico en vez de forzar los límites de esa legalidad no es una forma de actuación comunista. Esto no quita, como se ve en el mismo caso de la RAF, que se asuma la responsabilidad de haber traspasado los límites de la legalidad burguesa con las consecuencias que esto tiene (represión, cárcel, muerte).
II.B: «Servir al pueblo» (1972)
Como el anterior, este texto comienza con una cita de Mao Zedong, aquella donde distingue entre la muerte sirviendo a los explotadores, ligera como un pluma, y la muerte sirviendo al pueblo, pesada como el monte Tai. La RAF trae esta idea al contexto actual: las muertes al servicio de los explotadores son normalizadas e invisibilizadas por el propio Estado y convertidas en estadística. Aquí no se habla de las muertes al servicio de los explotadores en un sentido restringido como puede ser la de los policías en un atentado, sino que se habla en un sentido más amplio, accidentes de tráfico, laborales, pobreza y un largo etcétera; son estas muertes las que son convertidas en estadísticas y definidas como muertes «que ocurren», es decir, ocurren al igual que puede ocurrir una tormenta o cualquier otro fenómeno meteorológico. Estas muertes son naturalizadas y concebidas como inevitables; en todo caso el reformismo intentará limitarlas.

Precisamente las muertes que el Estado no puede asumir como normales y presenta como excepcionales son las que ocurren como respuesta a la violencia normalizada, a la violencia convertida en estructura, en cotidianeidad, en sistema. La violencia de respuesta que se opone a la violencia estructural es criminalizada y condenada desde sus primeros compases. La muerte de explotadores, que para las revolucionarias es ligera como una pluma, comienza a llenar noticiarios y a «clamar al cielo», a decretar la excepción. En cambio la muerte de quienes luchan contra la opresión (en el texto se cita a Petra Schelm, Georg von Rauch y a Thomas Weissbecker) se oculta, se normaliza e incluso se celebra con grave pesar por los medios.

Servir al pueblo continúa con el desarrollo de la problemática que se planteaba en El concepto de guerrilla urbana, la problemática de una lucha revolucionaria dentro de un centro imperialista, la problemática central de la RAF. El sujeto revolucionario es aquí una clase obrera que solo piensa en un contexto nacional (a causa por supuesto de la ideología socialdemócrata inculcada) cuando el capital actúa en un marco mundial y globalizado. Un sujeto que solo es capaz de ver el alcance nacional de sus acciones, sin analizar su propio papel en el sistema mundial de intercambio de plusvalía. Sin trascender el marco nacional el proletariado será incapaz de presentar batalla contra el mismo sistema capitalista: de ahí la necesidad de la unidad internacionalista entre proletarias del centro y proletarias de la periferia que antes fue explicada. Como mucho las huelgas estarán orientadas a la consecución de un objetivo concreto en un contexto muy limitado sectorialmente. Una vez logrado, el movimiento se detiene hasta la próxima necesidad concreta. Este ciclo de movimiento y reflujo es el que se intenta quebrar a través del internacionalismo proletario revolucionario.

Tras la equiparación entre la necesidad de lucha armada en América Latina, periferia imperialista, y su necesidad en Alemania Federal, centro imperialista, a la RAF le llovieron fuertes críticas que fueron respondidas aquí mediante un análisis de la coyuntura de clases (bastante limitado) en la RFA. Lo primero que se debe concluir al interpretar los datos es un aumento muy notable de la pobreza entre la clase obrera alemana: el número de sintecho se dispara en la década de los 60, algo que contrasta fuertemente con la reducción de la pobreza en la RDA. Los procesos de gentrificación expulsan y aglutinan al proletariado en barrios periféricos y pobres, donde se estima que el 80% de los niños no asisten habitualmente a clase. Los problemas psiquiátricos y de drogadicción se agravan entre la clase obrera y la tasa de suicidios se eleva hasta niveles nunca vistos. Estos datos ofrecen una conclusión clara: la clase obrera dirige su agresión y su odio contra ella misma en vez de dirigirla contra sus opresores. La violencia ejercida es autodestructiva, por sí misma la pobreza no se transforma espontáneamente en lucha revolucionaria sino que es necesario un salto cualitativo, el salto de la conciencia.

Lo espontáneo es que la clase obrera se culpe a sí misma de su propia opresión. En el plano individual, esto se traduce en que las víctimas de la opresión culpen a otras víctimas de esta, en vez de culpar a las estructuras del Estado que se encargan de mantenerla, en vez de culpar a la clase dominante y sus instituciones (bancos, compañías de seguros, grandes empresas). Esta autoagresión, autoculpabilización, es para la RAF «el material del fascismo». Si a esto sumamos el indispensable papel del reformismo en la desarticulación de la organización proletaria mediante promesas de un futuro mejor (unas promesas que suelen ir asociadas a un historicismo autónomo de las leyes de la historia) el cóctel está listo. Como denuncia Korsch, este historicismo autónomo presenta el socialismo como una «realidad inevitable que debe llegar sola», lo que se traduce en la total indiferencia ante la organización y lucha proletaria (es decir ¿para qué organizar y reconstruir el Partido si tenemos la historia de nuestro lado?; que se ocupe ella). El problema es que todos los brutales esfuerzos utilizados para sacar adelante una reforma terminan en nada, están mal dirigidos. Si estos esfuerzos se dirigieran hacia la organización consciente del proletariado en vez de aplazarla mediante infinitos subterfugios (el opio de la promesa del futuro mejor), quizás la revolución estaría más cerca. El proletariado debe tomar consciencia para perder toda esperanza en la reforma como vía de transformación de la realidad; sobre esta toma de conciencia debe actuar toda organización que se llame a sí misma revolucionaria.

En cuanto a este objetivo no cabe ninguna duda de que la RAF es una organización revolucionaria que se opone a la vía reformista democrático-burguesa. El problema es si la táctica que lleva a cabo es sostenible en el tiempo, si puede llegar a estancarse o si necesita reconfigurarse a través de nuevas formas para vencer. La RAF esperaba la aparición de nuevas organizaciones que unificaran al proletariado bajo una dirección consciente, pero nunca llegó a propiciar esta aparición. Se contentaron con seguir desarrollando su trabajo, sin dar un salto cualitativo. Una de las acusaciones que se le hacía a la RAF es que, en la lucha, eran «seis contra 60 millones». Y esta acusación tiene parte de verdad: en toda revolución comunista se comienza siendo seis contra sesenta millones y no hay ningún problema en asumirlo. El problema, que no terminó de ver la RAF, es que seis no pueden vencer en una guerra. Plantear ya desde el principio una guerra contra el Estado, sin formar un ejército popular que, al menos, respalde las acciones de la vanguardia militar, es totalmente kamikaze. Está claro que el capital comienza teniéndolo todo y las revolucionarias no tienen nada, que la balanza está totalmente desequilibrada (de ahí la definición de guerrilla de las RAF como vía de lucha en unas condiciones de extrema debilidad), pero si se quiere llegar a triunfar se necesita construir un ejército popular, en el que las masas conscientes sean quienes están al mando. La RAF se estanca en la dinámica cíclica de atentados y secuestros, de reivindicaciones por las presas, y su método deja de ser efectivo (sobre todo tras el secuestro del Boeing de Lufthansa en octubre de 1977 que lleva a cabo el FPLP, en el que por vez primera se introducen civiles aleatorios en el cálculo de medios-fines).

Además de una contestación a aquellos comentarios que negaban una posible equiparación de los métodos armados dentro y fuera de los centros imperialistas (en la periferia es legítima la acción revolucionaria, pero en los “civilizados” centros no lo es, ya que aquí está abierta la vía reformista del diálogo y la comprensión), Servir al pueblo es una respuesta a dos extremos que deben ser evitados en todo momento. El primer extremo es un pesimismo nihilista: la idea de omnipotencia e invulnerabilidad del Estado. La violencia sistémica naturalizada puede llevar a las revolucionarias a desmoralizarse y creer que no hay alternativa, que el Estado es demasiado fuerte y que jamás será derribado. El segundo extremo es el optimismo infantil: creer que las masas están simplemente esperando la oportunidad de unirse a la guerrilla, creer que la situación cambiará por sí misma. Contra esto, las RAF afirman:
Nosotras no creemos que la guerrilla brotará espontáneamente de la lucha de las masas. Estas ilusiones son irreales. Una guerrilla surgida espontáneamente de la lucha de las masas sería un baño de sangre, no un grupo de guerrilla.
Caer en el espontaneísmo consiste aquí en creer que las herramientas para la transformación comunista de la sociedad brotan inmediatamente, sin necesidad de unas mediaciones previas. Tanto paralizarse por el miedo ante las dificultades a las que se enfrentan las revolucionarias como obviar estas dificultades (sobreestimarlas y subestimarlas) conduce a un error de análisis/transformación del orden social. Precisamente la RAF acaba cayendo en esta segunda desviación, al vincular totalmente su movimiento al movimiento de la izquierda alemana. Para explicarnos mejor: en una época de convulsión post-68, en la que las movilizaciones son constantes y la combatividad está en auge, la RAF logra desarrollar una amplia base social, la más amplia de su historia. Pero en ese momento, en vez de construir poder revolucionario, en vez de generar herramientas orgánicas sólidas que resistan los vaivenes de la calle (como sí hizo por ejemplo Panteras Negras con su trabajo en barrios), continúa con la misma táctica de forzar la dinámica del movimiento por sí mismo, como si este generara espontáneamente los órganos de la revolución (es decir, como si solo se necesitara tiempo para que las condiciones objetivas devinieran subjetivas). El problema es que en momento de reflujo el movimiento se disuelve como un azucarillo en agua caliente y, con él, toda la táctica adherida. La RAF, al no haber generado órganos de nuevo poder, se condenó a devenir testimonial y a ser totalmente incapaz de canalizar los estallidos de rabia tras los asesinatos de Stammheim. Simplemente no pudo ofrecer una alternativa revolucionaria al proletariado más allá de sus ataques a la estructura del sistema imperialista mundial. La lucha armada, sin una organización detrás que la sostenga, termina por convertirse en humo.

Para terminar con el análisis de este texto, nos gustaría rescatar algo que está casi al final y que puede pasar desapercibido, justo antes de la defensa de la solidaridad como elemento central para lograr cualquier victoria. Se trata de una enumeración de las condiciones necesarias para que una revolución comunista triunfe, por lo que no puede haber mejor cierre para este análisis. Estas condiciones son la unidad, continuidad, consciencia histórica y consciencia de clase.

La RAF considera imprescindible la unidad de la clase, y esta unidad debe atravesar las fronteras nacionales. Sin una identificación del proletariado de los centros imperialistas con el proletariado de las periferias (identificación que no va reñida con la asunción de que existen diferencias específicas), esta unidad de lo diverso es imposible. Si toda unidad necesariamente debiera ser de idénticos (es decir, si la clase obrera fuera algo homogéneo), la totalidad que se formaría sería totalmente abstracta. De esta unidad se deriva la condición de la consciencia de clase. Otro elemento es el de la continuidad, es decir, comprender que la lucha desarrollada en el presente no se materializa aquí por generación espontánea y desvinculada de todo pasado, sino que es heredera de otras luchas libradas. Se trata de analizar estas luchas y reclamarlas como propias, ver el ejemplo de aquellos elementos de la clase obrera que lucharon ayer bajo la misma bandera roja que hoy se sostiene. Walter Benjamin afirmaba que la voluntad de sacrificio del proletariado no se sostiene pensando en la promesa de unas nietas liberadas, de un futuro mejor, sino recordando a todas las antepasadas esclavizadas durante generaciones. Solo esta continuidad intergeneracional desemboca en una consciencia histórica, a través de la cual el proletariado, clase universal heredera de las luchas de todas las clases oprimidas del pasado, logre perder sus cadenas y emancipar a todas las consciencias que habitan el planeta.

III. Concreto

« – Es porque nos han dicho que no debemos usar armas justo ahora que es el momento bueno.
 – Ya, solo que en las guerras no se vence con atentados. Ni en las guerras ni en las revoluciones. El terrorismo sirve para comenzar. Pero, después, todo el pueblo tiene que moverse. Esa es la razón de esta huelga, su necesidad: movilizar a todos los argelinos, contarlos y medir las fuerzas».
La batalla de Argel (1965), Gillo Pontecorvo.

Esta última parte del texto consistirá en una recopilación de las conclusiones obtenidas durante el trabajo de investigación, así como plantear sin subterfugios ni paternalismos los puntos fuertes y débiles de la RAF en la consecución de su objetivo: derribar el sistema capitalista en su fase superior imperialista e instaurar la dictadura del proletariado y el socialismo. Queremos que este análisis no quede en el aire y sirva, al igual que los otros análisis sobre procesos revolucionarios occidentales, como reflexión para plantear las posibilidades de la acción revolucionaria en el Estado español. Para ello debemos ser justas. Como dijimos al principio, ni la dulcificación ni la indignación nos sirven para cumplir estos propósitos.

Lo primero destacable cuando nos acercamos a analizar la RAF es su vastísimo conocimiento del sistema imperialista mundial, cómo y dónde opera, a través de qué mecanismos económicos y cuáles son las principales instituciones responsables de estos. En este trabajo se nos escapaba totalmente de las manos, pero para percibir esto basta con ojear las referencias del texto La acción de Septiembre Negro en Múnich: sobre la estrategia de la lucha antiimperialista (noviembre de 1972). El nivel de conocimiento de geopolítica e imperialismo aquí demostrado es abrumador, la RAF podría discutir perfectamente con todos los teóricos del intercambio desigual, comercio internacional y crisis imperialistas que despuntan en los 70 (por cierto, no sólo discutir sino destruir teóricamente a bastantes). Cuando habla del enemigo imperialista no lo hace en absoluto en abstracto. Su análisis no se limita a condenar cuestiones puntuales (guerra de Vietnam, bases estadounidenses en suelo extranjero, etc.), sino que elabora un detallado estudio teórico de la coyuntura internacional imperialista. En este sentido siguen al pie de la letra la exigencia de Mao de investigar un problema antes de hablar y plantear soluciones.

Pese a esta envidiable capacidad de análisis, las fisuras comienzan en cuanto empezamos a hablar de táctica y estrategia. En 1971 la función de la lucha armada es, de alguna forma, el despertar de una masa proletaria narcotizada y anestesiada a través de infinitas pantallas. De esta forma, los atentados, los cadáveres y la violencia dejan de introducirse en la conciencia de los habitantes de centros imperialistas a través de la mediación de la pantalla del televisor y se convierten en reales: ocurren en el corazón de Alemania como recordatorio de los bombardeos diarios en las periferias. De esta forma se fuerza toda la dinámica del espectáculo y del consumo de mercancías, las bombas de la RAF se convierten en algo que la pantalla no puede mediatizar, algo que rompe la lógica de la representación semiótica (es decir, la representación a través de signos e imágenes). Se trata de hacer aparecer el horror inconceptualizable y de remarcar con ello que ese horror ocurre a diario en las periferias imperializadas, y que ocurre por nuestra culpa: la indiferencia, en palabras de Fanon en Los condenados de la tierra (1961), se iguala, bien a ser un cobarde, bien a ser un traidor.

El problema es el carácter parcial de este “quitarse la venda”, de este “despertar del narcótico sueño” cuando no viene acompañado de la organización del proletariado. Los atentados también pueden inscribirse en una dinámica de repetición, en una acumulación de shocks que no logren el objetivo de transformar la realidad: esta dinámica, totalmente inmanente (no trasciende el marco de la mera acumulación y concentración de ataques), puede ser absorbida fácilmente por el propio espectáculo. Si algo ha demostrado la historia de nuestra clase es que lo único que puede resistir los vaivenes de la opresión es la organización y solidaridad del proletariado. En 1971 es momento de construir una organización orientada hacia la cohesión y unidad del proletariado internacional, es momento de construir el Partido, y la RAF rechaza esta tarea (precisamente porque no la asume como propia, recordemos que únicamente se ve como fuerzas de choque que anticipan la lucha de masas). La RAF tenía potencial para contribuir a la construcción del órgano de nuevo poder junto a otros grupos revolucionarios, pues sus acciones le habían otorgado un enorme potencial de vanguardia no solo en el ámbito nacional. En 1972 ha conseguido todo lo que una organización de lucha armada puede lograr dentro de un centro imperialista. Es el momento de cambiar de táctica y trabajar por la reconstrucción del PC. Pero no lo hacen.

Con esta renuncia a construir el Partido llega la pérdida en la esperanza de articular un proceso revolucionario exitoso dentro de un centro imperialista. La RAF veía en la línea centro imperialista/periferia imperializada el frente de batalla: la única esperanza de la revolución proletaria mundial estaba en el proletariado de la periferia que, mediante una revolución comunista, lograría tumbar el sistema imperialista. Esto convertía a las revolucionarias occidentales en meras fuerzas partisanas que actúan «tras las líneas del enemigo». De hecho, la única acción consecuente con esta idea de es la que llevan a cabo varios comandos de las Células Revolucionarias (RZ): marchar a combatir a países de la periferia imperialista. Contra esto cabe recordar a Fidel Castro cuando afirmaba que la mejor forma de apoyar una revolución en un país extranjero era hacer la revolución en tu propio país.

Otra profunda deficiencia, vinculada sin duda a esta última, es la visión de la RAF de los ejércitos populares. En ningún momento hay una voluntad seria de construir un ejército de proletarias armadas que, llegado el momento, fueran capaces de tomar el poder. Todo movimiento revolucionario comienza, como bien sabe la RAF y hemos reconocido antes, siendo seis contra sesenta millones. La diferencia entre la RAF y Mao es que Mao dejó de ser seis contra sesenta millones, porque sabía que seis no tienen nada que hacer en una guerra contra sesenta millones. El sistema imperialista lo tiene todo y solo la terca organización de la clase oprimida, el proletariado, puede resistir de pie en el tatami de la historia y golpear con fuerza para enviar a los opresores al basurero de la historia. Sin esta organización, todo esfuerzo es inútil. Sin esta organización todo el movimiento popular que estalla furioso tras el asesinato de Meinhof termina en absolutamente nada al no ser canalizado. El practicismo de las acciones aisladas se desinfla al darse continuamente con la misma pared – pared cuyos ladrillos son la represión del Estado – y comienza a ser apoyado por cada vez menos elementos del proletariado. Esta represión, unida al abandono de los objetivos revolucionarios (los objetivos en Stammheim, por muy respetables y dignos que fueran, no pasaban de ser objetivos reformistas y parciales como la aplicación de la Convención de Ginebra a las presas o la liberación de estas), alejó al proletariado alemán de la revolución comunista.
Más allá del debate lucha armada sí / lucha armada no, más allá de la legitimidad o ilegitimidad de la violencia revolucionaria en el contexto de guerra antiimperialista, más allá de un aburrido equilibrismo entre medios y fines que al final no arroja ningún resultado claro, creemos que el balance debe partir de la consecución o no de los objetivos propuestos. El poder de la negación dialéctica hegeliana, sin el momento de Aufheben, es limitado. La revolución comunista no consiste únicamente en el momento destructivo de Abbau, sino que debe ir acompañada de la generación de una nueva forma de vida, de un nuevo poder, de unas nuevas formas de socialización y de unas nuevas relaciones sociales. Para ilustrar esta dialéctica entre la destrucción y la creación podemos recurrir a ese poema de Maiakovski que dice:
  
Nosotros tenemos
No solo que construir
Imaginando lo nuevo
Sino además dinamitar lo viejo.
El proletariado solo tiene la organización y la disciplina para enfrentarse al sistema capitalista/imperialista. Posponer esta organización consciente y disciplinada en el tiempo es peligroso, contraproducente y kamikaze. Porque al final solo el proletariado salva al proletariado, porque seis no pueden enfrentarse a sesenta millones, porque la clase obrera es el único sujeto revolucionario. No la vanguardia.


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