Hay objetos que no son estables en este mundo. Por ejemplo: no existen soles ni planetas con forma de pelota de rugby. No existen bacterias de dos toneladas ni mamíferos microscópicos; criaturas así tendrían graves dificultades para mantenerse vivas. Y tampoco existen teorías científicas contradictorias con la realidad observable, ni recetas gastronómicas creadas con el ánimo de hacer vomitar a los comensales (...) Lo inerte se selecciona por su estabilidad, lo vivo por su adaptabilidad y lo culto por su capacidad para seguir construyendo conocimiento.
En la selección natural primero es la solución y luego, no se sabe cuándo, el problema. Para ello es necesario mantener lo (de momento) innecesario durante miles o millones de años. Es el elogio de lo superfluo. En la selección cultural ocurre exactamente lo contrario, primero está el problema y luego la solución.
(Extracto del artículo aparecido en La Vanguardia el 4 de enero de 2009)

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