24/3/11

Nietzsche contra la democracia

Se ha intentado “democratizar” a Nietzsche, maquillarlo, domesticarlo. Nietzsche nunca fue, ni pretendió ser, un demócrata, mucho menos un anarquista. Se trata de una fábula, pero una fábula institucionalizada y legitimada con el sello académico. Basta con saber leerlo con lentitud, una condición que exigía de sus lectores, para descubrir lo opuesto.


Su filosofía práctica es incompatible no sólo con el Socialismo y el Comunismo, sino con cualquier idea de democracia tibiamente liberal. Es incompatible con la Modernidad in toto. Una y otra vez en sus escritos esotéricos como exotéricos, los publicados y los no publicados, como en su correspondencia, ataca sin piedad el carácter cada vez más democrático, cada vez más horizontal de la Modernidad. Y propone una alternativa bien diferente: no un retorno al Ancien Regime que existía en Europa ex ante 1789; nada de volver a las viejas jerarquías feudales, sino la creación y cultivo de una nueva casta de señores que dominará Europa y luego la Tierra.


Si para Marx el motor de la historia de la Humanidad es la lucha de clases, el conflicto dejaba zonas políticamente neutras, esferas en las cuales lo político no tenía la posibilidad de una relación inmediata. Un ejemplo era el Arte o la propia Ciencia, un ámbito parcialmente trascendente a la oposición y lucha entre clases. Nietzsche es más radical: no existen territorios “neutros”, todo está subsumido a la lucha mortal (y eternamente igual) entre la Moral del Señor y la Moral del Rebaño, de los esclavos.


(Fragmentos de la entrevista a Nicolás González Varela sobre su ensayo Nietzsche contra la democracia, publicada en El Viejo Topo nº 272)

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