29/7/10

Nunca me abandones

De aquel bosque se contaban todo tipo de historias terribles. Una vez, no mucho antes de que todos nosotros llegáramos a Hailsham, un chico había tenido una gran pelea con sus amigos y había salido corriendo de los límites de Hailsham. Encontraron su cuerpo dos días después, en el bosque, atado a un árbol y con las manos y pies cortados. Otro rumor decía que entre aquellos árboles vagaba el fantasma de una chica que había estado en Hailsham hasta un día en que, movida por la curiosidad, había saltado la calla para ver cómo era el exterior. Fue mucho tiempo antes de que llegáramos nosotros, cuando los custodios eran mucho más estrictos, e incluso crueles. La chica intentó volver, pero no se lo permitieron. Se puso a andar a los largo de la valla suplicando que la dejaran entrar, pero nadie le hizo caso. Al final se alejó de allí, y le sucedió algo, y murió. Pero su fantasma vagaba incesantemente por el bosque, siempre mirando hacia Hailsham, suspirando por que la dejaran entrar.

El bosque se adueñaba más de nuestra imaginación después del anochecer, en los dormitorios, mientras tratábamos de conciliar el sueño."

(Kazuo Ishiguro, Nunca me abandones, Anagrama 2005, 351 páginas)

23/7/10

Alcibíades

"Una mañana, las estatuas del dios Hermes que adornaban las calles de la ciudad aparecieron mutiladas de una forma que al pueblo le pareció sacrílega. Estas estatuas del dios de los caminos y las embajadas, del comercio y la buena suerte, eran unos bustos algo toscos que se colocaban sobre pilares cuadrangulares, tanto en encrucijadas como ante casas y santuarios, para atraer la protección del dios. Según cuenta Tucídides, parece que la mutilación afectó a los falos enhiestos que aparecían esculpidos en la parte anterior de los pilares, y que constituían un símbolo propiciador de la fecundidad y la fortuna.

El ultraje al dios suscitó de inmediato la indignación en el pueblo, que exigía un castigo ejemplar pare evitar la irritación divina y dar ejemplo del respeto debido a los símbolos religiosos. También surgieron enseguida las sospechas sobre los autores del atentado. ¿Sería, acaso, una siniestra muestra de una conjura antipopular por parte de la aristocracia conservadora? ¿O era más bien el acto de los miembros de una hetería, una cofradía de jóvenes aristócratas desvergonzados? Lo cierto es que algunos acusaron a Alcibíades de haber cometido el sacrilegio junto con algunos compañeros de juerga. A esto se añadió después la acusación de haber parodiado, en una fiesta, los sagrados misterios eleusinos."


(Carlos García Gual, Alcibíades, National Geographic Historia nº 71)

22/7/10

Fima

"En la cocina de Fima siempre parecía que acababa de haber una estampida: botellas vacías y cáscaras de huevo debajo del fregadero, tarros abiertos sobre la encimera, manchas de mermelada reseca, yogures empezados, cartones de leche agriada y migas y pegotes pegajosos encima de la mesa. A veces, presa de un ataque de fervor misionero, Nina se subía una manga, se ponía unos guantes de goma y, con un cigarro en la comisura de los labios que parecía estar pegado al labio inferior, atacaba los armarios, el frigorífico, la encimera y los azulejos. En media hora era capaz de convertir Calcuta en Zurich. Durante la batalla, Fima se quedaba apoyado en la puerta de la cocina, inútil y lleno de buena voluntad, y debatía con ella y consigo mismo sobre el desmoronamiento del comunismo o sobre la escuela que rechaza las teorías lingüísticas de Chomsky. Cuando ella se iba, Fima rebosaba una mezcla de vergüenza, afecto, nostalgia y gratitud, quería correr tras ella con los ojos llenos de lágrimas, decirle gracias, amor mío, decir no soy digno de tales favores, pero se contenía y se apresuraba a abrir todas las ventanas para que saliera el humo que había en la cocina. Y tenía una brumosa fantasía. Él estaba enfermo en la cama y Nina lo cuidaba, o al revés, Nina estaba agonizando y él le mojaba los labios y secaba el sudor de su frente."

(Amos Oz, Fima, Siruela 2007, 344 páginas)

17/7/10

Foe

"Me llamo Susan Barton, y soy una mujer sola. Mi padre era francés y huyó a Inglaterra para escapar a las persecuciones de Flandes. Su verdadero apellido era Berton, pero, como tantas veces ocurre, se corrompió en boca de extranjeros. Mi madre era inglesa.

Hace dos años mi única hija fue raptada y conducida al Nuevo Mundo por un inglés, un representante y agente del negocio de fletes. Yo partí en su busca. Al llegar a Bahía no encontré sino negativas y, cuando insistía, groserías y amenazas. Los oficiales de la Corona, alegando que aquel era un pleito entre ingleses, no me prestaron la más mínima ayuda. Tomé una habitación alquilada, me puse a trabajar de costurera, y busqué y esperé, pero no encontré el menor rastro de mi hija. Así pues, desesperando ya de hallarla y casi agotados mis recursos, me embarqué para Lisboa en un buque mercante.

Diez días después de dejar puerto, por si mis desventuras no fueran ya bastantes, la tripulación se amotinó."


(J. M. Coetzee, Foe, Debolsillo 2009, 156 páginas)

13/7/10

La loca de la casa

"Mi tercera novela, Te trataré como a una reina, brotó de una mujer que vi en un bar de Sevilla. Era un local absurdo, barato y triste, con sillas descabaladas y mesas de formica. Detrás de la barra, una rubia cercana a los cuarenta servía las bebidas a los escasos parroquianos; era terriblemente gorda y sus hermosos ojos verdes estaban abrumados por el peso de unas pestañas postizas que parecían de hierro. Cuando todos estuvimos despachados, la cachalota se quitó el guardapolvos pardo que llevaba y dejó al descubierto un vestido de fiesta de un tejido sintético azul chillón. Salió de detrás del mostrador y cruzó el local, llameando como el fuego de un soplete dentro de su apretado traje de nylon, hasta sentarse delante de un teclado eléctrico, de esos que poseen una caja de ritmos que cuando aprietas un botón hacen chispún. Y eso empezó a hacer la rubia: chispún y chunda-chunda, mientras tocaba y cantaba una canción tras otra, poniendo cara de animadora de hotel de lujo. Pero esa mujer, que ahora parecía meramente ridícula, sabía tocar el piano y en algún momento había soñado sin duda con otra cosa. Yo hubiera querido preguntarle a la rubia qué había sucedido en su pasado, cómo había llegado hasta aquel vestido azulón y aquel bar grisáceo. Pero, en vez de cometer la grosería de interrogarla, preferí inventarme una novela que me contara su historia."

(Rosa Montero, La loca de la casa, Alfaguara 2003, 271 páginas)

10/7/10

Los ríos perdidos de Londres

"Los suburbios de clase obrera son extraños y hermosos. La gente que vive en ellos es extraña y hermosa. Los suburbios de clase obrera son hermosos y extraños como ciudades de otros planetas. Como ciudades alienígenas de pirámides y torres. Sus colores son luminosos y agradables. Los suburbios de clase obrera parecen construcciones de culturas alienígenas tal como eran antes de que los eones las destruyeran y sus culturas se extinguieran por completo y el polvo y las tormentas sepultaran sus ruinas. Los suburbios de clase obrera no se parecen a nada de este planeta. Sus avenidas son amplias y espaciosas y soleadas. Sus parques públicos son estallidos de vida. Sus pasos subterráneos son entradas a minas fabulosas. Sus edificios son monolitos orgullosos. Son torres del homenaje. Son monumentos a la grandeza de la raza que los construyó. Y los inmensos complejos de torres de apartamentos de protección oficial. Torres como monolitos. Torres como observatorios celestes. Nunca la humanidad creó monumentos como los parques de apartamentos de protección oficial. Sus torres se yerguen con orgullo. Desafiando a los elementos. Desafiando al viento y a la lluvia. Sus miles de ventanas idénticas resplandecen como soles. Los suburbios de clase obrera son luminosos y blancos y le hacen a uno caminar cubriéndose los ojos con la mano."

(Javier Calvo, Los ríos perdidos de Londres, Mondadori 2005, 251 páginas)


Cuatro relatos largos (o novelas cortas) con el tema común de Londres. Si tuviese que quedarme con uno, elegiría el titulado Rosemary. La edición de Mondadori es un poco pobretona: papel marroncillo y letra chiquitita. Interesante.

6/7/10

La atención



Ante mis ojos no estaba el cuerpo de mujer tierno, gordo, infantil que me había imaginado, sino un esqueleto forrado de piel. La redondez de las caderas que, poco antes, había creído adivinar bajo la ondulación de la falda, no era sino una ilusión óptica producida por los pliegues de la tela y por la amplitud de la pelvis. Carnosos eran en ella tan sólo el rostro, el cuello y las pantorrillas; todo el resto no era más que huesos. Los muslos parecían dos bastones unidos en ángulo recto a la pelvis: yacían paralelos sobre la manta con un gran hueco intermedio en el que asomaba, como la cabeza de un recién nacido, el pubis con un mechón de pelos negros, blandos y largos; el tórax, sobresaliendo por encima del vientre hundido y rugoso, delataba cada costilla bajo la piel tensa; los senos no eran más que dos pliegues aplastados. Los huesos de los brazos arrancaban de los hombros con una rigidez de mesa de anatomía. Yo la miraba en silencio; ella me miraba a su vez sin timidez alguna, y, más aún, casi con una especie de complacido desafío. Por fin preguntó:

-¿Qué te pasa, por qué no vienes a la cama?

(Alberto Moravia, La atención, Alba Editorial 1998, 365 páginas)




La literatura, ¿refleja la realidad o la filtra?

1/7/10

La mesa limón



¿Cuándo fue la última vez que te besaron las manos? Y si así fue, ¿cómo sabes que él las besaba bien? (Aún más, ¿cuál fue la última vez que te escribieron que iban a besarte las manos?) He aquí el razonamiento para el mundo de las renuncias. Nosotros sabemos más sobre consumación, ellos sabían más sobre deseo. Nosotros sabemos más de números, ellos sabían más sobre desesperación. Nosotros sabemos alardear, ellos sabían recordar. Ellos besaban los pies, nosotros lamemos los dedos del pie. ¿Sigues prefiriendo nuestro lado de la ecuación? Tal vez tengas razón. Entonces probemos un enunciado más sencillo: sabemos más sobre sexo, pero ellos sabían más sobre amor.

O quizá esto sea erróneo y confundimos lo que eran las gradaciones del estilo cortesano con realismo. Quizá besar los pies siempre significaba lamer los dedos. Él también le escribió: “Beso tus manos pequeñas, tus pequeños pies, beso todo lo que me consientas besarte y hasta lo que no me consientas.” ¿No es suficientemente claro, tanto par el remitente como para el destinatario? Y si es así, quizá lo inverso es asimismo cierto: que la lectura de los sentimientos se practicaba tan toscamente entonces como ahora.


(Julian Barnes, La mesa limón, Anagrama 2005, 234 páginas)

Un libro de relatos con los últimos años de la vida como tema común. Amargura de primera calidad.

El bebé de Miriám

Título: En el nombre de la madre ( In nome della madre ) Autor: Erri de Luca Año de aparición: 2006 Edición: Ediciones Siruela, 107 pági...