El bosque se adueñaba más de nuestra imaginación después del anochecer, en los dormitorios, mientras tratábamos de conciliar el sueño."
(Kazuo Ishiguro, Nunca me abandones, Anagrama 2005, 351 páginas)
Ante mis ojos no estaba el cuerpo de mujer tierno, gordo, infantil que me había imaginado, sino un esqueleto forrado de piel. La redondez de las caderas que, poco antes, había creído adivinar bajo la ondulación de la falda, no era sino una ilusión óptica producida por los pliegues de la tela y por la amplitud de la pelvis. Carnosos eran en ella tan sólo el rostro, el cuello y las pantorrillas; todo el resto no era más que huesos. Los muslos parecían dos bastones unidos en ángulo recto a la pelvis: yacían paralelos sobre la manta con un gran hueco intermedio en el que asomaba, como la cabeza de un recién nacido, el pubis con un mechón de pelos negros, blandos y largos; el tórax, sobresaliendo por encima del vientre hundido y rugoso, delataba cada costilla bajo la piel tensa; los senos no eran más que dos pliegues aplastados. Los huesos de los brazos arrancaban de los hombros con una rigidez de mesa de anatomía. Yo la miraba en silencio; ella me miraba a su vez sin timidez alguna, y, más aún, casi con una especie de complacido desafío. Por fin preguntó:
-¿Qué te pasa, por qué no vienes a la cama?
¿Cuándo fue la última vez que te besaron las manos? Y si así fue, ¿cómo sabes que él las besaba bien? (Aún más, ¿cuál fue la última vez que te escribieron que iban a besarte las manos?) He aquí el razonamiento para el mundo de las renuncias. Nosotros sabemos más sobre consumación, ellos sabían más sobre deseo. Nosotros sabemos más de números, ellos sabían más sobre desesperación. Nosotros sabemos alardear, ellos sabían recordar. Ellos besaban los pies, nosotros lamemos los dedos del pie. ¿Sigues prefiriendo nuestro lado de la ecuación? Tal vez tengas razón. Entonces probemos un enunciado más sencillo: sabemos más sobre sexo, pero ellos sabían más sobre amor.
O quizá esto sea erróneo y confundimos lo que eran las gradaciones del estilo cortesano con realismo. Quizá besar los pies siempre significaba lamer los dedos. Él también le escribió: “Beso tus manos pequeñas, tus pequeños pies, beso todo lo que me consientas besarte y hasta lo que no me consientas.” ¿No es suficientemente claro, tanto par el remitente como para el destinatario? Y si es así, quizá lo inverso es asimismo cierto: que la lectura de los sentimientos se practicaba tan toscamente entonces como ahora.
Título: En el nombre de la madre ( In nome della madre ) Autor: Erri de Luca Año de aparición: 2006 Edición: Ediciones Siruela, 107 pági...